martes, 22 de julio de 2025

Volantazo

 

Usted disculpe. Pero ya me estoy aburriendo. Así que digo, primero que él sus formas, sus progenitores que continúen, las diferencias y las relaciones ideales, así una esencia que diferencia, se encarnan órganos en la anatomía y ¿en las nociones? paqueterías. Según él, lo infinitamente pequeño, “el mundo de los detalles”, bajo el juego grosero de sensibles y conceptuales una lupa, un conjunto de términos y relaciones y su entorno en el que gira una balanza, que diferencia fiel, ausencia y presencia. He dicho y digo más, porque me compete y me ocupa. En su mayor parte se opera mediante un corte por acá, un corte por allá. Una serie de cortes. Un juicio sano sobre la inseguridad. Indicaciones para la fijación y, luego de una fase, se extrae de ello una enseñanza. Por la moneda corriente del trato real. Tanto el mecanismo como el intercambio asegura este beneficio. Usura. Su continua utilización común. ¡Vamos carajo! Pura y dura. De una función a otra, a la experimentación. Y en la competencia personal actuamos por un espacio, un teatro donde clavar los pies. Y una almohada, un lenguaje, una piedra donde apoyar la cabeza. Ahora sí. Se cierra la sesión. Me levanto de la cama hecho un salto. Un impulso decidido a no sé qué. Choco de frente en la cocina, espantado, con mi propio asombro. ¿Quién soy? ¿De dónde vengo? ¿A dónde voy? Soy un animal frente a un sonido extraño. Algo se mueve en la oscuridad. Echándome para atrás me vuelvo a acostar. Son las tres de la mañana. Me cruzo de piernas y miro. La persiana baja y oscura. La luz azul del extractor de la cocina. Intento mantener presente que no hay apuro. Ningún apuro. Ni lugar al que llegar. Recuerdo un cumpleaños. Esas madres. Esos niños corriendo y esos padres. Esos muñecos con la cabeza grande. Y este estar sentado a un costado. Sin nada de qué hablar. Sin niño por quien velar. Mirando los platos dulces, los platos salados, la torta de cumpleaños. El capitán América con sus músculos de plástico. La sorpresa fingida. La charla vacía. ¿Probaron los sanguchitos? Esos padres y su sentido de la responsabilidad. Esas madres y su sentido de la diarrea. Esos padres y esas madres, y el gesto desesperado, las facciones deformadas cuando dicen “te amo, vos sabés que te amo”. Y el fruto del vientre se enoja, frunce la frente, patalea y grita porque sabe que hay algo que está mal, porque lo aprietan demasiado. Porque nadie atiende sus reclamos. Su profundo capricho es ser el amo absoluto. Y esos padres están cansados. Y ese principio de realidad se cae a pedazos. Y ese nene cumple 6 años. Y anda solo por los pasillos con una bronca recién nacida, tirando contra la pared, con todas sus fuerzas, una y otra vez, un superhéroe de plástico.

Sentado en la cocina. Envuelto en una manta. Un bosque seco. ¿Qué pensar? Una pared de piedra: ¿Qué sentir? El aire frio en el patio. El cielo estrellado. Los amigos de la infancia convertidos en carteles. Sentado en la cocina. Envuelto en una manta. Todo el tiempo pasado. Pisado y pisado. Y puesto a macerar. Leo el significado de “noúmeno”, “intuición”, “idealismo trascendental”. Mientras tanto… Los discapacitados de todo el país, con sus sillas de rueda, se congregan frente a la quinta de Olivos, en donde reside el presidente. Protestan en contra del ajuste. Les quitan las pensiones. Nunca visto dice el periodista. El bar en el templo zen se llamaba igual, nunca visto. Y hablando del templo zen pienso en que hay palabras como botes, que me dejan en la otra orilla, recostado en el silencio, tomando el sol de a sorbitos. También me acuerdo del pelado, mi amigo y compañero de práctica. Una vez me dijo, que cada vez que veía una casa antigua, con techo de tejas, esa que está en una curva empinada, en La Falda, “No sé por qué, pero cada vez que la veo, te me venís a la mente” Y hablando de asociaciones, otro amigo, Federico, dijo que se acordaba de mí, cada vez que veía un plato y un cubierto juntos. “Es raro ¿no?” me preguntó. Pienso en esta realidad y en estas experiencias específicas. Así como en estas encías que a menudo palpan el destete. Y se irritan, estás encías, se contraen. De un yo y de una boca que afirma o niega. Tan liviana que asfixia. Ni amor ni odio. Ni éxito ni fracaso. Para después caer en un apetito, dos, tres apetitos. Y en el deseo de ver y de ser visto, hasta que surgen voces que hablan de mí como si ya no estuviera. “Viste como era Pablo” dicen las voces que hablan desde otra mesa.

La casa está en silencio y tiene olor a sopa de verduras. Paso el trapo por el piso mientras escucho los pájaros. Entra el aire fresco por las ventanas abiertas y vos estás en el trabajo. Hoy las horas valen doble porque es domingo. De pronto distingo el croar de las ranas entrando por la ventana de la cocina. Hace un rato me mandaste un mensaje diciendo que hablaste con G. A su hermano le pasó lo mismo. Mi dolor de pie puede ser gota. Que te ataca por la noche. Que tendría que comer menos carne. Dejar la cerveza. Hacerme análisis. Que es algo bastante común en los hombres de mi edad. En diez días cumplo cuarenta y siete. El piso quedó brillante. El vinagre funciona y hoy no prendí la radio, nada de noticias La casa destila silencio. La perra le ladra a alguien que pasa por la calle. Circulan ráfagas. Suenan los árboles. Se arquean las ramas. Hierve la sopa en la olla. Apago el fuego y la dejo que se enfríe un poco. En La Plata está el encuentro nacional de mujeres. A la noche pasan el debate presidencial en la tele. Doblo la ropa y la acomodo en el placard. Después me siento y tomo la sopa. La perra rasca la puerta. La dejo entrar. Lavo el cuenco y la cuchara. Pongo el pie en un balde con agua fría y le paso cera a unas tablas.