martes, 29 de septiembre de 2020

Insignificantes


 Por lo tanto la presencia

las interpretaciones

esa estructura

y esos campos alambrados

De ningún modo el orden

sus variedades

en cada una cada vez

y esas hileras de postes

que constituyen hablando

cuadriláteros

una virtualidad

junto con esos charcos

siempre recubierta

por un tema

una problemática

esos cardos

en suma es decir

tanques australianos

Una sociedad que no sea

aún si exprese esos campos

esa sociedad tan sólo

no significa por lo tanto

un molino.

viernes, 25 de septiembre de 2020

El hombre más feliz del mundo

 

Por la tarde las golondrinas se persiguen. Una mosca zigzaguea frente a mis ojos cuando miro hacia afuera a través del ventanal. Detrás de los vidrios brota la Santa Rita apoyada sobre el limonero seco. Racimos de limones gordos cuelgan del árbol del vecino.

 

Un pájaro negro con una lombriz en el pico naranja se estaciona sobre la Santa Rita. Ladea la cabeza un par de veces, veo su ojo, ¿me está mirando? ¿Es eso un tordo? Desaparece tan rápido como llegó.

 

El viento suave mueve las plantas. A mis espaldas escucho las notas que ensaya mi hermano en la trompeta como escamas de metal. Me acuerdo de dos gitanos, que pescaban subidos a un barco pesquero amarrado en el puerto, el fin de semana pasado, con sus cadenas de oro alrededor del cuello y las muñecas, los brazos saliendo de la camiseta sin mangas, su aire de guapos, sus latas de cerveza y un jilguero en la jaula que dejaron apoyada hacia un costado.

 

El maestro no sabía nada más que esto: reirse. Un hombre así es raro en el mundo, pero, después de todo, no deja rastro alguno.

 

El hombre perfecto carece de yo, el hombre inspirado no deja demasiadas huellas de su obra; el hombre santo deja influencias sin conseguir fama.

 

(Chuang-tzu)

 

El motor de la heladera. El ruido de una sirena. Una piedra que trajimos del mar está apoyada sobre el piso junto a la puerta. El ruido de los coches. El gato duerme en el sillón. Un libro de Haikus, los esbozos de Kerouac, Chuang-tzu y sus obras completas, un pedazo de caña cortada para que sirva de pluma, la punta manchada con tinta china, hebras de té hinchadas en el fondo de un vaso, la voz de la vecina, cinco limones en una frutera, campanas de la iglesia, una flauta de caña, el graznido tristón de una gaviota, un anotador en blanco, una regla de La Caixa, muerte en Persia, la funda de una cámara de fotos, un cuello polar, un lápiz, los pasos del vecino en el techo, la voz de un chico, chillidos de golondrinas. Una tela bordada con flores de colores que mi hermano trajo de China cubre la mesa.

 

Pongo agua a calentar. Pasa un avión. Mi hermano aparece, se come el resto de un pan y vuelve a su trompeta.

 

Después aparece Chet. Me huele los dedos del pie y bosteza, se da unos lengüetazos, va hacia su plato, se lo queda mirando y vuelve al sillón en donde retoma la lengüeteada.

 

Camino a la biblioteca, hace un rato, me cruzo con el que fue mi jefe hace algunos años. Sonreímos, nos damos la mano. Le gusta la gente políticamente incorrecta, lo hace sentirse ¿amplio?, ¿superado?, no puedo explicarme de otra manera su actitud conmigo.

 

-      ¿qué te paso?

 

Me lo quedo mirando en silencio. No sé qué contestar.

 

-      Se te voló la cabeza –me dice con gesto paternal.

-      Sí, se me voló la cabeza

-      Bueno, no pasa nada, así se aprende –concluye cerrando el tema.

 

Le noto la cara hinchada, la papada. Me cuenta que aquel que tanto quería jubilarse finalmente lo hizo, y ahora anda algo arrepentido, no sabe qué hacer, y yo me acuerdo cómo criticaba su trabajo, y que me decía “al final te enganchan”.

 

Me cuenta que aquel otro tiene cáncer, “está vivo” dice, y me acuerdo cómo fumaba, que era bastante soberbio, le gustaba navegar, andaba siempre bronceado y tenía un niño pequeño rubio bien rubio.

 

Por su parte, mi ex jefe, ya tiene un niño y una niña, 2 y cuatro años. Me acuerdo que alguna vez intentó explicarme por qué se consideraba el hombre más feliz del mundo. Me pregunta en qué ando, invento un par de cosas y nos despedimos sonriendo. Ja. El hombre más feliz del mundo. ¿No te jode?

 

Ahora se oyen jilgueros o gorriones entre las plantas de los patios, ¿quién soy yo para andar tomando notas como un ladrón? ¿Quién soy yo para violar, violentar, voltear la intimidad de los seres y las cosas? ¿Quién para romper este silencio sagrado? Es como espiar, robar o quebrar un huevo para tirar la cáscara.

 

El tronco seco del limonero. Los nudos. Las moscas inquietas por encima de las hojas verdes. De las violetas sin flores. Las flores marchitas de un rayito de sol. El sol naranja del atardecer contra una medianera silenciosa. El vaivén de una rama. Los pies fríos. Las ojotas negras gastadas, con restos de espinas. El gusto amargo de la cerveza que cuando era chico no me gustaba. El catarro del tabaco en la garganta. Cuando era chico me daba asco tocar un cigarrillo con los dedos. Las manchas de la pintura descascarada. Mi gusto actual por lo viejo lo roto lo abandonado. ¿Actual? Mi falta de coraje para salir a la calle y encontrar un puto trabajo. ¿Coraje?

 

Las golondrinas parecen desesperadas con tanto cielo mientras atardece. En la cima del limonero seco el gato mueve la cola. Mis pensamientos parecen desesperados rebotando en un espacio sin límites a pesar del cráneo seco. El gato mueve la cola desde arriba como si estuviera saludando a los que miramos desde abajo.

 

 

Viéndolas de espaldas, mientras ellas miran las bandejas con cortes de carne, es evidente que son madre e hija – ¿o sería su abuela?-, la forma del cuerpo, la altura, sólo que la joven lleva el pelo a lo The Cure, a lo Tim Burton, y la vieja la cabeza como una avellana. Después se paran en la sección de fiambres, junto a ellas un viejo grandote, encorvado y con una joroba, ¿cómo podría explicar lo significativamente insignificantes que me resultan estos tres seres?


Palma de Mallorca. 

30/04/2009

Pizarnik feat Bukowski

 Las palabras

Hacen 

La ausencia

Dijo Alejandra


Si digo

Concha

¿Beberé?

Dijo Enrique

miércoles, 23 de septiembre de 2020

Kafka feat Bataille

 Lo que Kafka

Quiso decir

La gloria 

De tocar 

A alguien

Con palabras 

De la noche

Lo borra.

La noche 

También es

Un sol,

Dijo uno.

Lo mismo

El agujero

Del culo, 

Dijo Bataille.

lunes, 21 de septiembre de 2020

Upa

 

Tres de la mañana.

La tos del vecino retumba en la pared.

Tambores africanos. Alguien ha muerto.

 

En la oscuridad del desvelo,

donde anida el búho la pupila irritada,

rasgo las últimas telas

y del sueño el diamante muelo,

cuando anuda el puño la cara cegada,

en la habitación vacía,

la perla más rara,

engarzada en la frente,

lanzada y echada se arrastra por el piso,

entre la lengua de las flores y de las cosas mudas,

supura su rabia pura,

derrama el áspero néctar,

los tambores de la farsa naufragan a todo galope,

y se posan desnudas,

se abren camino, sus uñas,

grabando un trono furioso y en calma.

 

Tres de la mañana. 

Tose un viejo solo en su casa.

 

Cazadores del fuego con la quilla quebrada

y el borracho timón

las velas se abollan hacia puertos de cera

y bahías en coma;

exploradores del viento,

de la raya de sangre en el ala blanca,

y del suave nácar por la vertiente no,

de caderas y corrales,

descosiendo ignorantes para que suelten la arena,

en desiertos de relojes, en conciertos de calderas,

con la flecha que señala la dirección de la niebla,

a través de pastizales y las grietas de la herencia,

mastico de a poco el vacío,

donde coágulos de empeño subrayan la mirada,

la distancia que separa dos combates,

la intención y el desalojo,

la ilusión y el desconcierto,

de la llama el alimento y el terror

de la ceniza con su calma,

a escondidas de los soles

que descansan bajo un párpado,

desciende en las ventanas un cielo traicionero,

la oscuridad del día se vuelve insoportable

y de la luna,

exprimida hasta el hartazgo por los siglos,

ya no cae ni el hollejo.

 

Tres de la mañana.

La luz y la sombra:

el cuerpo del tambor.

 

Quise una luz que alzara una sombra

¡Upa! que diera fe de mi cuerpo

sin embargo absorbido,

por lo ido oscuro nuevamente,

en su fuente duro

se hunde un cuerpo,

desconsuelo de la luz,

máquina blanda que ladra y calcula.


Estiro la lengua y no me alcanza,

para peinarme el lomo esta noche.

sábado, 12 de septiembre de 2020

Una pila varta

 


 

Sobre la mesa:

una caricatura de Dylan Thomas

y una pila varta.

 

Sobre la mesa:

dos hojas secas de marihuana,

un clip,

y ocho libros en una montaña.

 

Sobre la mesa:

Un pocillo con tres colillas

y cinco fósforos quemados.

 

Naturaleza muerta

sobre la mesa

y en un diván:

- Aprendé a sentarte derecho

Hacé el favor.




sábado, 5 de septiembre de 2020

I- Escribir

 

I

 

Escribir

la fascinación-tiempo,

de modo que,

porque me concierne

me ocupa,

es disponer permanecer

sobre la ausencia ya-no-hay-mundo

 

¿y esto por qué?

 

Pues parece que supiéramos

algo que rebalsa, significa,

se ha desplazado

la palabra soledad,

y sin embargo,

¿solo?;

Fantasmas,

patéticas no discutiremos.

 

¿Y por qué esto?

 

Pues hay palabras.

Ya están listas.

Ladran.

Silban.

Bailan.

Sombras.

 

¿De dónde vienen?

¿A dónde van?

¿Sobre qué se sustentan?

 

Giran sobre muecas,

donde arde el plateado miedo

y borrachas por la niebla eléctrica

que les martilla los ojos

se tambalean,

se apoyan en olas gigantes,

en olas pequeñas,

no encuentran la llave,

la imagen que les abra la puerta,

y se las lleva la espuma

que fermenta las flores,

una bruma, una broma

dulce y muda como el fuego

el humo de los crematorios,

o el carozo esencialmente ese

soledad.

O sea.