miércoles, 11 de enero de 2017

Fines de Mayo del 2009

Los vecinos se despiertan
y hacen ruido
con los muebles sobre el techo.
Las golondrinas vuelan,
planean y pían
desde hace rato
de acá para allá
contra el cielo azul.
Estoy despierto
desde antes
de que amaneciera
mirando todo
con los ojos llenos de ardor.
El gato se despertó
cuando no había nadie
que hiciera ruidos,
salvo las estrellas,
y estuvo sentado
en silencio
un buen rato,
mirando el patio,
hasta que aparecieron
las mariposas de la noche
y se puso a cazarlas.
El cielo se fue aclarando
mientras que los últimos murciélagos,
perdidos,
enfilaban para el patio
con decisión
y de golpe daban un giro,
yo me cubría,
y ellos se alejaban
asustados.
Desde la calle se oyeron
los gritos de gente borracha,
volviendo de su sábado por la noche,
haciendo eco entre las casas,
como animales heridos.
Después los pájaros,
y ahora se oyen
los vecinos con ruido de platos,
empieza el día de los seres humanos.
El gato, Chet,
mira la escena con cara aburrida,
como si ya supiera lo que va a venir,
y enfila por el pasillo,
para echarse una siesta.

Caliento café
y cuando estoy revolviendo
con un tilín tilín
de la cucharita contra la taza,
el motor de la heladera se apaga
y recién ahí tomo consciencia
de ese ruido de turbina
que llevaba adentro de la cabeza,
es un descanso.
Entonces vuelvo a pensar
en el diamante negro lleno de púas,
y en cómo mi cabeza roe
y roe con un ruido de turbina
que ensordece y anestesia
ese horizonte de calma
y transparecnia
que sólo en el silencio
sin dientes
puedo apreciar.

Dos medusas violetas
y algo transparentes
flotan moviéndose
como si fuera nubes
a un metro
por debajo de la superficie.

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