miércoles, 11 de enero de 2017

Playa de banyalbufar

Las mujeres hablaban tranquilas a orillas del mar. Recostadas sobre una lengua de piedra como en un cuadro de Monet. Con gestos holgados, con la desemboltura de las mujeres que se sienten seguras de sí mismas, o que saben fingir y disimulan el miedo.

Parecían tres sirenas en su rato de descanso, con las tetas al aire y el mar ahí, el oleaje y brillos plateados de sol por todas partes. Una tenía puesto un sombrero que le tapaba los ojos, otra estaba con su hijito lleno de rulos como un querubin. Cada tanto se lo llevaba de la mano a dar un paseíto. Las otras permanecían charlando, como dije, sobre una lengua de piedra o un antiguo muelle.

Un hombre salió del mar con su snorkel y el cuerpo chorreando agua, en dirección a ellas, lleno de brillos, con una mano abierta en bandeja y un erizo negro azabache en el centro. Un brillante negro de púas, un signo de pregunta. Se acercó para que lo vieran y lo dejo a sus pies, sobre la piedra, frente a las mujeres sonrientes y el niño asombrado. “y después lo devuelven”, les aclaró, siempre muy cortés, dejando el erizo negro y desentendiéndose del asunto para ir a secarse.

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